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martes, 16 de septiembre de 2014

Monseñor Tissera llamó a la comunidad diocesana quilmeña a comunicar con alegría el Evangelio

Monseñor Tissera llamó a la comunidad diocesana quilmeña a comunicar con alegría el Evangelio 
Martes 16 Sep 2014 | 10:30 am
Luján (Buenos Aires) (AICA): Fieles, sacerdotes y religiosos de las 80 parroquias de los partidos que integran la diócesis de Quilmes participaron el domingo 14 de septiembre de la 36ª Peregrinación Diocesana a la basílica de Nuestra Señora de Luján, que llevó por lema “¡Que alegría estar en tu casa!”. En la misa en el interior del templo, el obispo de Quilmes, monseñor Carlos José Tissera, instó a optar por la fraternidad, la reconciliación y la paz. También le pidió a la Virgen y al Beato Cura Brochero ayuda para “comunicar a otros ‘la alegría del Evangelio’”.

 Fieles, sacerdotes y religiosos de las 80 parroquias de los partidos que integran la diócesis de Quilmes participaron el domingo 14 de septiembre de la 36ª Peregrinación Diocesana a la basílica de Nuestra Señora de Luján, que llevó por lema “¡Que alegría estar en tu casa!”.
 El obispo de Quilmes, monseñor Carlos José Tissera, presidió la misa que debido a las fuertes lluvias tuvo que celebrarse en el interior del santuario mariano nacional.
 En la homilía, el prelado desgranó diversos conceptos referidos al lema de la peregrinación diocesana.
 “‘¡Qué alegría de estar en tu casa!’ Porque aquí nos sentimos hermanos. Estar en la casa de la Madre, nos ayuda a vernos como hermanos, no como extraños. Nos enseña a vivir un Evangelio encarnado, lejos de espiritualismos alienantes y cómodos. Nos enseña a vivir el Evangelio ‘corriendo el riesgo del encuentro con el otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo’”, destacó citando la exhortación apostólica Evangelii Gaudium.
 “‘¡Qué alegría estar en tu casa!’. Porque aquí nos sentimos pueblo de Dios. Porque tu casa, Virgen de Luján, es la casa del pueblo. Nos da gusto ser tu pueblo, ser pueblo de Dios. Con tu silenciosa y pacífica presencia, Virgencita nuestra, en esta tu casa nos enseñas ‘a encontrarnos con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias internas. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad’, agregó.
 El obispo quilmeño sostuvo que “todo eso lo aprendemos en tu casa, Madrecita gaucha. Como cuando mamá nos reúne en casa, estemos como estemos, cercanos o distanciados, luego de compartir el pan familiar, abriendo el corazón con cariño y respeto, nos animamos a mirarnos a los ojos, a no mirarnos como extraños, sino como parte de una misma familia; y así se sanan las heridas, mueren las tristezas y renace la alegría de la reconciliación y la paz”.
 Tras recordar al “querido padre obispo Jorge Novak, que nos enseñó a poner la vida de la diócesis bajo el cuidado y protección de la Virgen de Luján”, aseguró que como comunidad diocesana “queremos caminar contentos hacia la celebración de esos cuarenta años de vida eclesial, haciendo memoria agradecida”.
 Por último, monseñor Tissera afirmó que “a un año de la beatificación del Cura Brochero, nos llenamos de alegría por tenerlo como intercesor, y como modelo de discípulo misionero. La Purísima fue ternura en sus luchas y fatigas; fue ‘causa de su alegría’; ella siempre le mostró a Jesús; el santo Rosario era la tierna y segura mano de la Virgen que lo acompañaba y lo ayudaba para ‘ablandar’ los corazones duros y llevarlos a un encuentro con Jesús, en los ejercicios espirituales. Como el Beato Cura y con él, te pedimos Madre, nos ayudes a comunicar a otros ‘la alegría del Evangelio’”.+

 Texto completo de la homilía
36ª Peregrinación diocesana a Luján 
Homilía de monseñor Carlos José Tissera, obispo de Quilmes en la peregrinación diocesana a Luján (Domingo 14 de septiembre de 2014) 

"¡QUÉ ALEGRÍA ESTAR EN TU CASA!"

Hermanas y hermanos: 

 ¡Cómo se alegra nuestro corazón cuando venimos acá! Es la alegría de estar en la casa de nuestra Madre. Al mirarla, en esa tierna y pura imagen, nos parece escucharle decir: “mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora” (Lc. 1, 47-48). Esa alegría de estar en su casa, es provocada por el mismo Espíritu Santo, que desde el Bautismo nos hace “hijos de Dios”, reconociendo en María, a nuestra propia Madre. Así lo ha querido Jesús, el Hijo de Dios, cuando en la cruz, mirando al discípulo le dice: “Aquí tienes a tu madre” (Jn. 19, 27). 
 1. “¡Qué alegría de estar en tu casa! Porque aquí nos sentimos amados. Dios, al hacerse hombre, ha provocado una “revolución de ternura” (EG. 88). Hoy lo hemos escuchado en el Evangelio: “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. María fue la elegida para la Encarnación del Hijo eterno de Dios. “El Hijo de Dios, en su Encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura”. En María contemplamos la ternura del amor de Dios. Ella nos convoca a su casa, para encontrarnos con Dios y los hermanos. Es ella la que hace sentirnos hijos amados de Dios y nos ayuda a mirarnos y reconocernos como hermanos. Por eso decimos: “¡Qué alegría estar en tu casa!”. 
 Estar en la Casa de María provoca que cada uno de nosotros recuerde a su propia casa, o sea, a su propia familia: a mamá, a papá, a los abuelos, a los hermanos, a los hijos… Decir “casa”, es hablar de intimidad, de afectos, de momentos compartidos gratuitamente, de consuelos y esperanzas, de proyectos y sueños, de trabajo y esfuerzos, de un techo y un cobijo, de penas y ausencias, de fragilidades y carencias… Hablar de “casa” es ir a nuestras raíces mas hondas, las fibras de nuestro ser profundo. Allí nos reencontramos con el abrazo contenedor y consolador, con el amor que renueva y llena de vida. Es allí, en nuestro corazón humano, enraizado en una familia concreta con su historia y su cultura; es allí, donde María quiere hacer presente a Jesús. “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (EG, 286). Ella es el rostro materno de Dios, ese Padre Dios que siempre nos espera con los brazos abiertos, cuando desde nuestra miseria y pecado exclamamos como el hijo pródigo: “ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo” (Lc. 15, 18-19). María es reflejo de ese amor fuerte del Padre que todo lo transforma. Por eso nos alegramos, porque todo lo envejecido en nosotros se renueva, todo lo enfermo se sana, todo lo dañado se restaura. 
 María, en su hijo Jesús nos mira a cada uno: te mira, me mira, personalmente; no “al montón”. Nos mira dándonos calor de madre como en el pesebre; mostrándonos a los demás, como mostró a Jesús a aquellos magos en Belén; protegiéndonos junto con José, huyendo a Egipto; ella nos mira crecer, como vio crecer al Niño en su casa de Nazareth; llevándonos con alegría en sus brazos rumbo al Templo; ella sufre y nos busca cuando empezamos a tomar decisiones, como buscó a Jesús a los doce años en Jerusalén; respeta nuestros caminos; nos acompaña en lo ordinario de la vida, como a Jesús en los años de juventud en la carpintería de José; ella nos contempla y “todo lo guarda en su corazón”; nos acompaña cuando salimos a anunciar la Palabra, como seguía a Jesús y a los discípulos; nos mira y nos dice: “hagan todo lo que Él les diga”; ella está presente cuando todos nos dejan solos, como a Jesús en la pasión; ella contempla nuestro dolor y sufre con nosotros. En todo es Madre; es Mamá. 
 2. “¡Qué alegría de estar en tu casa!” Porque aquí nos sentimos hermanos. Estar en la casa de la Madre, nos ayuda a vernos como hermanos, no como extraños. Nos enseña a vivir un Evangelio encarnado, lejos de espiritualismos alienantes y cómodos. Nos enseña a vivir el Evangelio “corriendo el riesgo del encuentro con el otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo.”(EG. 88) 
 “¡Qué alegría estar en tu casa!”. María está con nosotros, como con los apóstoles en el Cenáculo, aquel día de Pentecostés, cuando, ardiendo sus corazones de amor y llenos de alegría, empezaron a dar testimonio: “Jesús, el que murió en la Cruz, ha resucitado”. En la casa de la Virgen recobramos y acrecentamos el fervor, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (…) y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EN. 80). 
 3. “¡Qué alegría estar en tu casa!”. Porque aquí nos sentimos pueblo de Dios. Porque tu casa, Virgen de Luján, es la casa del pueblo. Nos da gusto ser tu pueblo, ser pueblo de Dios. Con tu silenciosa y pacífica presencia, Virgencita nuestra, en esta tu casa nos enseñas “a encontrarnos con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias internas. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad”. Todo eso lo aprendemos en tu casa, Madrecita gaucha. Como cuando mamá nos reúne en casa, estemos como estemos, cercanos o distanciados, luego de compartir el pan familiar, abriendo el corazón con cariño y respeto, nos animamos a mirarnos a los ojos, a no mirarnos como extraños, sino como parte de una misma familia; y así se sanan las heridas, mueren las tristezas y renace la alegría de la reconciliación y la paz. 
 4. “¡Qué alegría de estar en tu casa! Porque aquí nos sabemos perdonados. La Palabra de Dios, hoy, ilumina el misterio de la Cruz, en esta Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Es también celebración patronal secundaria de nuestra Diócesis de Quilmes, haciendo memoria de nuestros orígenes: la “Reducción de la Exaltación de la Santa Cruz de los Indios Quilmes”, creada allá por 1666. 
 Se nos invita a levantar los ojos. Moisés lo manda a su pueblo, para mirar la serpiente de bronce y ser curados. Jesús nos dice que es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan vida eterna. 
 Ese Hijo entregado es salvación, no es juicio. Es necesario levantar los ojos. Aquí también, en la casa de mamá, nos acordamos cuántas veces hemos bajado los ojos; cuándo lo hicimos por primera vez… Seguramente cuando nos hemos sentido avergonzados, sea cual fuere el motivo; a veces, culpables, otras no. Es levantando la mirada y vimos los ojos llenos del amor que perdona; la alegría volvió a nuestro rostro, y quizás una lágrima selló esa reconciliación profunda. Seguramente nunca hemos olvidado esos momentos. 
 El amor nos eleva; la fuerza del amor del Señor entregado en la Cruz atrae nuestra mirada, y nos libera con su perdón. “Mirarlo, sacar los ojos por un instante de nuestra maraña de cansancios, resentimientos, orgullos lastimados, insatisfacciones. Mirarlo, levantando los ojos más allá de la miseria sabiendo que hay algo más, que existe la luz de sus ojos que quiere bañar y transformar las tinieblas donde estamos sumergidos. Sólo levantar los ojos, para descubrir que no todo es negro y oscuro, que existe la luz (…). Pero nuestro ojos no se levantan por su propio poder. Es mucha la fuerza del pecado que nos ha lastimado y debilitado… Por eso, en medio de la oscuridad, podemos reconocer el secreto impulso del Espíritu que nos invita a clamar: ‘Señor, ayúdame con tu gracia, para que pueda levantar mis ojos y verte’. (Victor M. Fernández) 
 María, “¡Qué alegría estar en tu casa!”. Porque ella nos anima a levantar los ojos y fijarlos en Jesús, y mantenerlos fijos en Él (Heb. 12, 2). Es la Madre que nos acompaña para contemplar este misterio deslumbrante de amor que se entrega hasta la muerte, y mirándolo, como Ella al pie de la cruz, experimentar y saber que estamos ante un Dios que no juzga, sino que salva. 
 5. “¡Qué alegría de estar en tu casa! Porque aquí nos sentimos discípulos misioneros. El Santuario de Luján nos trae tantos recuerdos a cada uno. Las peregrinaciones pasadas; los que nos han acompañado en otros años; la presencia de San Juan Pablo II en aquellos días de dolor del pueblo argentino; el recuerdo de los orígenes… el milagro de la carreta; el servicio humilde y fiel del “Negrito Manuel” y su alegría de contarles a tantos los prodigios de su Señora celestial en la primitiva capilla levantada con sus manos; el recuerdo de niños, jóvenes, hombres y mujeres del pueblo que en esta casa dejaron sus secretos, en el corazón de la Madrecita de Luján. Pero especialmente, queremos recordar a nuestro querido Padre Obispo Jorge Novak, que nos enseñó a poner la vida de la Diócesis bajo el cuidado y protección de la Virgen de Luján. Así lo hacemos ahora, poniendo en sus manos maternales el trienio pastoral preparatorio a la celebración de los 40 años de la creación de la Diócesis de Quilmes, que iniciaremos en el día de la Misa de la Esperanza, el sábado 22 de noviembre, en Cruce Varela. 
 Queremos caminar contentos hacia la celebración de esos cuarenta años de vida eclesial, haciendo memoria agradecida. 
 Virgencita de Luján, “¡Qué alegría es estar en tu casa!”. Cada año, aquí nos enseñas que “la Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre”. No sólo tener abiertas las puertas de los templos, sino abiertas en actitudes y gestos concretos con todas las personas. “la Iglesia no es una aduana, es una casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG. 47). Es el dinamismo misionero de la Iglesia que debe llegar a todos, sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? “Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que ‘no tienen con qué recompensarte’ (Lc. 14, 14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, ‘los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio’, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.” (EG. 48). 
 “¡Qué alegría es estar en tu casa!”. Acá nos sentimos amados, nos encontramos como hermanos, nos sentimos pueblo, encontramos el perdón, nos reconocemos como discípulos misioneros de Jesús. En esta casa la Virgen de Luján nos regala esa alegría de ser pueblo de Dios; y como madre, nos enseña a ser pueblo. “Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él mismo habita en su vida. Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!”(EG. 274). 
 A un año de la beatificación del Cura Brochero, nos llenamos de alegría por tenerlo como intercesor, y como modelo de discípulo misionero. La Purísima fue ternura en sus luchas y fatigas; fue “causa de su alegría”; ella siempre le mostró a Jesús; el santo Rosario era la tierna y segura mano de la Virgen que lo acompañaba y lo ayudaba para “ablandar” los corazones duros y llevarlos a un encuentro con Jesús, en los ejercicios espirituales. Como el Beato Cura y con él, te pedimos Madre, nos ayudes a comunicar a otros “la alegría del Evangelio”. 

 Mons. Carlos José Tissera, obispo de Quilmes

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